15 Diario – Angie
Irma Alma Ochoa Treviño
Monterrey.- La disposición internacional de celebrar cada año al niño, incluyendo a la niña, ha impuesto a los gobiernos a festejar con desfiles, música, kermeses y payasos, regalan pasteles, dulces y útiles escolares. Sin embargo, en un escenario de conflicto armado como el que se vive en el país, las niñas y niños son los menos agraciados por las políticas públicas.
Pese al pacto informativo, las noticias nacionales traen reportajes sobre niñas o niños asesinados cruelmente, de otros capturados por elementos de seguridad, responsabilizándoles de haber cometido algún delito, o las alarmantes cifras de quienes han sido captados por la trata de personas para explotarles laboral o sexualmente. En este entramado no es extraño ver que personas de temprana edad han sido armadas, en las autodefensas erigidas en Michoacán, para defender su tierra, su libertad y su vida.
El grave contexto de violencia por el que atraviesa México en tiempos recientes, ha menguado los derechos de las niñas y niños, les ha despojado de su derecho a vivir sin violencia, a la identidad, a conocer a su padre biológico o a vivir al lado de la madre desaparecida o asesinada. Ha limitado su derecho al esparcimiento, a la educación, a la libertad de expresión, al derecho a la verdad y a los recursos indispensables para su progreso. Les ha obligado a tener responsabilidades, no precisamente las ideales para su desarrollo.
Mientras bordamos en la plaza Resignificación de la Transparencia, donde integrantes de FUNDENL y colaboradoras/es difundimos un mensaje de paz, convivimos, compartimos sueños, esperanzas, luchas, tristezas y logros, observo a tres risueñas niñas que ayudan a colocar las mantas y a extender un lazo con los pañuelos que exponen la tragedia que cientos, miles de familias viven hoy en día en este México herido y fallido.
Bajo el inclemente sol que abrasa, las niñas se abrazan, se reconocen, se saludan. Sonrientes platican, se miran a los ojos, se dan la mano, juegan. De repente corren por la banqueta, suben y bajan escalones, al llegar a un pequeño jardín se tiran en el zacate, ruedan, quedan de cara al cielo, agitan sus brazos, como ángeles despliegan sus alas.
Apenas hace nueve años Angie llegó al mundo, en su haber ya cuenta tres participando en marchas y plantones. Ha vivido momentos en extremo difíciles acompañando a su madre en la búsqueda del hijo desaparecido. Su infancia no ha sido la esperada para toda niña o todo niño, pero su amplia sonrisa y la límpida luz de sus ojos revelan que es y se sabe amada.
Su alma de niña le facilita gozar de lo que observa a su alrededor: admira la placa de Los Aguardantes y las florecillas plantadas al pie del monolito donde se cimentó, se divierte corriendo alrededor de la plaza o dándole vueltas a un collar de espirales de papel. Con seriedad, Angie toma un lienzo blanco, restirado por aros de madera, con hilo y aguja borda el color de la hierba en la que hace unos momentos jugaba, esa hierba que poco a poco desaparece de nuestra vista, oculta bajo capas superpuestas de asfalto gris.
La niña borda con hilaza verde la verdad que conoce: la de una vida truncada por la inseguridad y la violencia; la de su propia vida como una aguardante más. Sus manos infantiles traspasan con delicadeza la tela, la aguja con su cauda color esperanza empieza a dibujar las letras que, poco a poco, construyen palabras rememorando una tragedia, reviviendo un dolor, expresando un anhelo o invocando justicia.
En algún libro leí que la niñez es la etapa fundamental para el aprendizaje, y que lo aprendido en la infancia nos será útil el resto de la vida, pauta el comportamiento e influye en el desarrollo personal y comunitario. Si bien es cierto que muchos de los aprendizajes los recibimos en el seno familiar, hay otros que nos llegan del entorno: escuela, barrio, medios de comunicación, juegos y cantos, por mencionar algunos.
Pero ¿qué enseñanzas están recibiendo las niñas y niños en la violenta trama actual?, ¿qué sueñan cuando duermen?, ¿qué guardan en su corazón?, ¿qué futuro les espera?, ¿qué ha aprendido Angie? Su hermano arreglaba su motocicleta frente a la casa de sus abuelos, cuando lo secuestraron y desaparecieron. Él apoyaba al ingreso familiar con su salario como cobrador de créditos. No volvió a casa nunca más.
Deduzco que Angie, igual que otras niñas y niños víctimas de esta contienda, ha aprendido a reconocer que no importa el lugar, por doquier hay peligro, lo mismo en la calle que en el trabajo, en la escuela o en la casa. Ha aprendido que la justicia no es justa, ni es expedita y que el Estado no garantiza la seguridad a nadie. Ha aprendido que con hilaza verde se bordan los pañuelos de personas desaparecidas, con negro los de periodistas asesinados, con rojo el de hombres asesinados y con morado los feminicidios.
Sobre todo, me atrevo a decir que Angie ha conocido el cariño sincero de quienes forman este conglomerado, de esta familia de bordadoras/es. Angie ha aprendido que la hermandad, nacida de la esperanza, se sustenta en el amor y que sólo los besos acallarán nuestro clamor.
Integrante de: Arthemisas por la Equidad, A.C.
Red por los Derechos de la Infancia en México
Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio
Colaboradora de Bordando por la Paz
Fuente: http://www.15diario.com/hemeroteca/15diario/hemeroteca/2014-04-29/ochoa29.html