Historia de un pañuelo
Por Irma Alma Ochoa
Estaba tan absorta bordando tu nombre que una puntada cosió la piel de mi dedo índice a tu pañuelito. Me di cuenta cuando intenté dar vuelta a la costura para anudarla. Glenda Yanira Medrano Solórzano, nunca coincidimos ni nuestros caminos se cruzaron, yo soy mayor y tú eras joven; yo estoy arraigada a mi ciudad natal y tú te aventuraste a buscar una mejor vida. Pero tú y yo, momentáneamente, quedamos atadas por un delgado hilo color rubí con el que bordo la historia de tu cruel asesinato.
Puntada tras puntada, con dolor van apareciendo las rojas letras de tu identidad, Glenda Yanira. Poco a poco surge el trazo de tus apellidos Medrano Solórzano. Bordo el nombre que da sentido de pertenencia, con el que te registraron, el que aparece en los papeles que dan cuenta de tu existencia, el que conocían quienes estaban a tu alrededor, con el que te llamaban, al que respondías, con el que se registro tu defunción, el mismo que está inscrito en tu anticipada tumba perenne.
Mi-gran-te, mi-gran-te, mi-gran-te…, repito esta palabra mientras la aguja penetra la tela, dibuja una pequeña línea que al unirse a otras más forma una letra y termina por decir: migrante, ¿por qué, Glenda Yanira, te convertiste en migrante?, ¿qué sueños soñaste?, ¿cuáles eran tus anhelos?, ¿cuáles tus deseos?, ¿cuáles tus necesidades?, ¿de qué carecías?, ¿a qué aspirabas?, ¿qué dejaste atrás?, ¿de quiénes te despediste?, ¿a quiénes abrazaste antes de marcharte?, ¿a quién amaste?
Sal-va-do-re-ña… ¿cuántos kilómetros recorriste para buscar el final del arco iris?, ¿en qué condiciones?, ¿el trayecto lo hiciste a pie?, ¿en autobús?, ¿en tren? Mientras bordo y repito sal-va-do-re-ña, sal-va-do-re-ña pienso: si Glenda Yanira se subió La Bestia, seguro que Las Patronas aplacaron su hambre y sed; quizá la generosidad de mis compatriotas alimentó su esperanza de encontrar un mundo mejor.
Respiro profunda y pausadamente, levanto la vista, veo las banderitas tricolores con las que adornan la plaza y el palacio municipal para celebrar las fiestas patrias, ¿qué celebramos?, ¿la inseguridad creciente?, ¿la violencia persistente?, ¿el temor de salir a la calle o de contestar el teléfono?, ¿la desconfianza en las autoridades?, ¿la pobreza alimentaria?, ¿el desempleo?, ¿el bajo valor adquisitivo del salario? Sigo bordando piz-ca-do-ra-de-ca-fé.
Tu historia va tomando forma, ¿desde cuándo pizcabas café?, ¿qué edad tenías cuando empezaste a recoger los aromáticos granos?, ¿cuántos kilos de café recogías por día?, ¿cuánto te pagaban por cada jornada en la que dejabas tu espalda, tu sudor, tu vida?, ¿quiénes bebieron y en dónde se consumió ese café que tu pizcaste?
Veo que, sin soltar su bordado, Diana toma fotos de un pañuelito recién terminado, a su lado Lety entrega otra historia a una bordadora voluntaria. Duele reconstruir historias, duele bordarlas. La de las personas asesinadas con hilaza roja, color de la sangre derramada. La de las personas desaparecidas forzadamente, con hilaza verde, color de la esperanza, porque se espera, se aguarda su pronto retorno, sanas y salvas.
Batallo para enhebrar la aguja, las lágrimas nublan mis ojos al ver el pañuelito bordado en rojo. Tu historia se borda con el color de la sangre que ha dejado de irrigar tu joven cuerpo. Lloro al tiempo que los hilos carmesí se enredan, me cuesta desenmarañarlos pero no tanto como supone explicar la violencia, la inseguridad, la opacidad, la impunidad y la corrupción que impera en mi país. Tenías sólo 23 años cuando manos criminales te arrebataron la vida en una tierra extraña. Tierra que otrora fue notable anfitriona de personas desplazadas, desterradas, excluidas.
Recorriste Guatemala, sospecho que te costó mucho trabajo cruzar la frontera sur para pisar territorio mexicano. Sin duda sorteaste cientos de obstáculos y penurias para salvar la distancia desde el sur hasta llegar a la frontera norte. Qué pena Glenda Yanira, estuviste muy cerca de pasar el río Bravo, aunque la Border Patrol Police no es un dulce de leche, creo que de haber cruzado seguirías viva.
¿Por qué te aventuraste?, antes de salir de casa ¿te previnieron de la inseguridad en México?, ¿te advirtieron de las violaciones a los derechos humanos?, ¿te avisaron de los peligros existentes?, ¿te dijeron que la mayoría de las migrantes jóvenes están en riesgo de ser violadas?, ¿de ser captadas por tratantes?, ¿cómo es que caíste en poder de criminales?, ¿cuál fue la última imagen que tus ojos captó?, ¿cuál fue la última palabra que pronunciaste?, ¿qué dolores padeciste antes de exhalar tú último aliento?
Sigo bordando: asesinada en San Fernando, Tamaulipas. Sí, es cierto, resulta contradictorio que los criminales optaran por cometer su crimen en esa localidad, porque su nombre se debe a Fernando III, un rey español que gracias a su piedad y virtud fue elevado a santo por la iglesia católica. Es paradójico que, en el terruño de tan generoso patrono, ocurriera la masacre que estremeció al mundo entero y, en donde, lamentablemente, a ti te quitaron la vida.
Ay Glenda Yanira, me duele bordar tu historia, pero más me duele imaginar el dolor que padeciste y el que tu ausencia causó en tu familia. Bien sabes que fuiste amada, tanto que te buscaron hasta encontrarte y, pese a las dificultades e inseguridad, vinieron por ti, hoy reposas en una tumba a donde te van a llorar.
Sé que tener una tumba no es consuelo; pero en esta terrible guerra hay cientos de personas asesinadas, que yacen en fosas comunes o clandestinas, porque no han sido identificadas. En tanto sus familias esperanzadas las buscan en hospitales y morgues.
En México, como en cualquier otro país hay personas buenas y malas. Al igual que en otros lados somos más las personas buenas, a muchas nos duele tu muerte y las de otras personas inocentes que han sido asesinadas en esta guerra sin fin. Sabes, aquí enfrentamos la ceguera de las autoridades, que con absurdas declaraciones pretenden tapar el sol con un dedo e intentan detener la violencia con anuncios publicitarios.
Mujer, joven, migrante, extranjera, salvadoreña, pizcadora de café, te pido perdón por la violencia feminicida que acabó con tu existencia. Te pido perdón por lo que otros te hicieron, y por lo que otros se niegan a ver, porque no quieren reconocer que se equivocaron de estrategia y perdieron el rumbo. Glenda Yanira, siento vergüenza que en mi País te hayan robado tu preciosa vida.