Sin Embargo-Queridos Hijos: Aún estamos marchando

A las decenas de miles de civiles muertos y desaparecidos en la guerra contra el crimen organizado, Felipe Calderón Hinojosa los llamó en su momento “daños colaterales”. Ahora, aún sin obtener respuestas concretas por parte de las autoridades, las madres de las víctimas siguen en busca de sus hijos o y de información certera que, al menos, les ayuden a menguar el dolor de no saber dónde están sus familiares, ya sea vivos o muertos. Las familias se han abierto su propio camino en la búsqueda de respuestas y han llevado sus casos a instancias nacionales e internacionales en defensa de los derechos humanos. Un esfuerzo loable, ante la indiferencia de los gobiernos federal y locales, y de las autoridades judiciales. Sus historias tienen una misma constante: horas de espera en las agencias del Ministerio Público, investigaciones por su cuenta y con recursos propios, armar sus expedientes de manera particular, llamar a declarar a los amigos y conocidos… Aun así, su esfuerzo es todavía inútil en la medida que ni el gobierno del ex Presidente Calderón Hinojosa ni el del actual mandatario Enrique Peña Nieto han respondido a su clamor. Pero las madres no se vencen: su lucha, dicen, seguirá hasta los últimos días de sus vidas…

Ciudad de México, 9 de mayo (SinEmbargo).– En México, de acuerdo con las cifras más conservadoras, se tienen reportados más de 26 mil desaparecidos. Al menos esos son los que heredó la guerra contra el narcotráfico, dictada en diciembre de 2006 por el ex Presidente Felipe Calderón Hinojosa. Una estela de dolor que el mandatario panista pasó al priista Enrique Peña Nieto, quien durante su primer año de gobierno tampoco concretó acciones para hacer justicia a las miles de madres heridas de muerte por la desaparición de sus hijos.

Hace un año, ya con Enrique Peña Nieto en el poder, cientos de mamás de todo el país viajaron al Distrito Federal para marchar y exigirle que les entreguen a sus hijos, vivos o muertos. Ante la falta de resultados, este sábado se volverán a reunir alrededor del Monumento a la Independencia, en la Ciudad de México.

Vienen de lejos: de Chihuahua, Coahuila y Nuevo León… algunas sólo llevan consigo un poco de dinero para comer durante su travesía, a otras, apenas les alcanzó para cooperar para su transporte y hospedaje, pero están ahí, de pie, listas para luchar y exigirle a sus gobernantes justicia para sus familias.

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“Fue, ha sido y sigue siendo algo que no puedo superar, día a día me levanto con ello, me acuesto, son días de no dormir ni comer”.

captura-de-pantalla-2014-05-08-a-las-14-17-24-e1399576694715El último día que Lourdes Huerta Tarrega, de 51 años, vio a su hijo cenaron en casa de ella. Él y su esposa, con nueve meses de embarazo, estuvieron unas horas en compañía de Lourdes y después se retiraron pues el muchacho de 24 años debía llevar una carga de fármacos desde Villa Juárez, Nuevo León, hasta Piedras Negras, Coahuila y otros municipios aledaños.

Kristian Karim Flores Huerta salió a las 3:45 de la madrugada del 12 de agosto de 2010, acompañado de su cuñado Martín Alejandro Fiol Alfaro. Ambos desaparecieron. No se volvió a saber de ellos.

“Mi nuera se reporta conmigo porque él traía un celular de Nextel del trabajo y otro propio, su hermano cargaba dos celulares y todos los teléfonos estaban apagados, yo traté de consolarla de decirle que a lo mejor ahí no había recepción”, cuenta Lourdes.

La mujer se detiene y toma un respiro, aquellos días fueron difíciles. Ante el nerviosismo de la esposa de su hijo a punto de dar a luz, mantuvo la calma dos días, el tiempo que duraría el viaje de Kristian, hasta el sábado, fecha en la que debía regresar.

“Llegó el sábado y todos estábamos asustados, desesperados. Empezamos hablar a las ciudades donde él iba a Coahuila, empezamos a movernos, fueron eternos. El domingo, mi hijo mayor se fue hacer el recorrido que Kristian llevaba, a llevar copias de fotos de ellos con teléfonos de nosotros, él se fue rumbo a la carretera a Monclova y nosotros de Nuevo Laredo, porque no sabíamos qué ruta habían tomado. Después fue ir a Villa Juárez a levantar la denuncia por desaparición”, dice.

Desde ese día, la historia de Lourdes no es distinta a la de cientos de madres que buscan a sus hijos: horas en la agencia de Ministerio Público, investigaciones por su cuenta, reunir un expediente, mandar llamar a declarar a los amigos, a los conocidos, pero todo inútil.

“Las autoridades no sabían cómo buscar a un desaparecido, era una ola de violencia en Monterrey terrible y eran personas y más personas las que se llevaban. Para mí fue, ha sido y sigue siendo algo que no puedo superar, día a día me levanto con ello, me acuesto, son días de no dormir ni comer”, dice.

El Gobernador de Nuevo León, Rodrigo Medina de la Cruz, ni siquiera ha recibido a las cientos de madres de desaparecidos que le han pedido una audiencia.

“Se le han dejado oficios, pero el señor no se ha dignado en darnos una audiencia, tenemos más de un año solicitándole audiencias, se le han entregado oficios por escrito y jamás nos ha recibido”, dice.

Lourdes cayó en depresión severa. Antes de la desaparición de Kristian tenía un trabajo que le permitía vivir desahogada, pero debido al estrés, a las largas horas en la búsqueda de su hijo y a su estado emocional, lo perdió.

Hoy toma antidepresivos, vende dulces a las afueras de una escuela y conduce una unidad de trasporte escolar por 800 pesos a la semana.

“El médico me dijo que debía salirme de mi trabajo por el estrés, fui y renuncié a la empresa. Cuando me recuperé traté de volver a buscar trabajo, pero te detectan en el ramo farmacéutico donde yo trabajé mucho tiempo y las empresas no te contratan porque tienen temor a que recaigas”, dice.

Lourdes se involucró en el movimiento de lucha de otras mamás que como ella, perdieron a sus hijos. Para acudir a la marcha del próximo sábado en el Distrito Federal, varias madres rifaron una televisión para pagar el viaje desde Nuevo León.

A cuatro años de la desaparición de Kristian, le espera un hijo que su esposa dio a luz a los días qué se fue en aquel viaje del cual no regresó.

Lourdes lo sigue esperando: “Yo sigo esperando a mi niño, no sé cómo, ni en qué situación, porque también soy consciente que el tiempo ha pasado, pero lo quiero conmigo, nadie tenía por qué quitármelo, lo único que pido es que me lo entreguen, que lo busquen, que me lo regresen”.

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“Me dijeron: ‘Señora hubo un daño colateral y su hijo estaba en el lugar equivocado, con las personas equivocadas’”

Para María Elena Salazar Zamora, de 53 años, su hijo Hugo era especial: el más cariñoso, el más apegado, el que le decía que formaba parte de su inmobiliario y que nunca la abandonaría.

“Siempre vas a ser lo máximo, eres mi mamá y por eso le doy gracias a Dios. Eres la mejor, nunca lo dudes”, le escribió Hugo Marcelino González, en una tarjeta, a su mamá exactamente tres meses antes de su desaparición.

Hugo desapareció el 20 de julio de 2009 cuando tenía 24 años en Torreón, Coahuila. El muchacho acababa de graduarse como Licenciado en Mercadotecnia a base de esfuerzos, pues trabajó para poder costearse sus colegiaturas.

Su madre, María Elena, fue la primera en percatarse de su ausencia. El día que su hijo desapareció no acudió a su recamara para besarla y abrazarla antes de irse a dormir.

“Siempre llega a dormir, esa noche no llegó. A la hora que llegara entraba a mi recamara y me decía ‘mamá ya vine’, dieron las 11, 12, una de la mañana y voy a su recamara y veo que no está. En ese momento yo supe que algo pasó”, recuerda.

María Elena y su esposo acudieron rápidamente a la agencia del Ministerio Público para levantar el acta por la desaparición de su hijo, pero debieron esperar 72 horas, porque el agente no quiso tomar la denuncia, hasta descartar que el muchacho “no se fue de parranda por ahí”.

Al concluir los tres días fijados por la autoridad, un jueves, la madre de Hugo llegó temprano ante el Ministerio Público y desde ese momento empezó su lucha por recuperar a su hijo.

María Elena perdió su trabajo por estar vigilante del proceso de investigación de la desaparición de Hugo. La oficina del Ministerio Público se convirtió en un lugar común para ella y a pesar de que llamaron a declarar a varios amigos, lo único que se sabe, es que la tarde del 20 de julio de 2009, el muchacho se reunió en un restaurante con unas amigas.

“Las autoridades, no han logrado nada, lo único que me dijeron fue: ‘Señora hubo un daño colateral y su hijo estuvo en el lugar equivocado, con las personas equivocadas’, eso es todo lo que me han dicho, esos son los únicos resultados, lamentablemente hay mucha corrupción en la policía”, dice.

En Coahuila –dice María Elena– hay apertura de parte del Gobernador Rubén Moreira Valdez, pero sólo para tomar a las madres de los desaparecidos como una “bandera política”.

“En ningún momento se ha negado a recibirnos, cuando le decimos que queremos verlo se sienta con nosotras, pero creemos que somos la bandera política del Gobernador y no es que quiera ayudarnos a encontrar a nuestros hijos. Yo siento, si como él dice que está trabajando, que ya deberíamos de haber encontrado al menos a uno”, exclama.

Para María Elena la pérdida de Hugo significa la muerte. Hoy la mujer se mira al espejo y ve en sus ojos los estragos del dolor.

Sus piernas están cansadas, casi cinco años de búsqueda quebraron su salud. La madre de Hugo está agotada física y moralmente al ver pasar los días sin resultados.

“Hay momentos que uno se quiere bloquear y no ver más allá. El dolor que uno tiene es tan grande, infinito, mi mente ya no podrá soportar más, este dolor es el más grande que un ser humano pueda aguantar. Ahora el 10 de mayo, Hugo era el primero en bajar y darme un abrazo, una felicitación, organizaba algo según él sin que yo me enterara, pero yo siempre me enteraba”, cuenta.

María Elena rompe en llanto, aunque tiene más hijos, nada la consuela.

“Vivo con ese deseo tan grande de abrazarlo tan fuerte, no dejarlo ir, que en ese abrazo que uno tenga, borrar todo este dolor, porque a pesar de que es muy doloroso, ese abrazo sanará todas las heridas que uno tiene. Yo sólo quiero que sepa que lo amo y él sabe que el día que llegue, ahí voy a estar esperando, lo amo y me hace muchísima falta”, dice entre sollozos.

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“Me dijeron que ellos no estaban para endulzar oídos, que si yo tenía poder político y económico para hacerle frente a la situación”.

Ignacio Villagrán Cerros, de 40 años, desapareció en la noche mientras conducía un camión ganadero rumbo a Tepachi, un pueblo de la sierra de Chihuahua.

Salió el 22 de febrero de 2014 a las 5:00 de la madrugada de Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua, para recoger un ganado. Su patrón, Enrique Flores Peralta, con quien laboraba desde hace 15 años, le seguía en una camioneta a escasos 15 minutos de distancia. Se comunicaban por radio y de repente: Ignacio se perdió.

“Don Enrique dice que de pronto mi hijo desapareció, no supo nada de él, no pudo tener comunicación, no supo dónde quedó y pues nosotros reaccionamos rápido, fuimos a la fiscalía de ciudad Cuauhtémoc a denunciar su desaparición, pero ahí los trámites son muy lentos, tuvimos que esperar 72 horas para darlo por desaparecido y me dijeron que ellos no estaban para endulzar oídos, que si yo tenía poder político y económico para hacerle frente a la situación”, dice Arcelia Cerros Ochoa, madre de Ignacio.

Hace dos meses que su hijo desapareció y aún no hay respuesta de las autoridades.

“La última vez que nos reunimos con el fiscal de Chihuahua, Jorge Enrique González Nicolás, dio la orden al comandante que utilizaran el helicóptero para buscar a mi hijo en la zona donde se perdió, hace ya tres semanas y todavía no hay ninguna respuesta”, detalla Arcelia.

Le pide al Gobernador César Duarte Jáquez que les ayude a buscar a su hijo. Ella quiere que su gobierno la escuche, que invierta recursos y que haga lo necesario para recuperar a Ignacio.

“Que dé la orden a quien corresponda, para que resuelva este caso hasta las últimas consecuencias. Con la indiferencia que él está poniendo, no ayuda está haciendo más grave la situación, dicen que aquí en Chihuahua no hay secuestros, pero tienen cientos y cientos de desaparecidos”, asegura la madre de Ignacio.

La vida de Arcelia cambió, dio un giro completo. Antes de la desaparición de su hijo, ella acudía a una piscina con regularidad porque le gustaba nadar, se dedicaba a ella y al hogar.

Hoy no sale ni a comprar los víveres y sólo se dedica a estar pendiente de las investigaciones sobre Ignacio.

Arcelia aún recuerda la última llamada que le hizo, antes de partir: “Me habló el viernes en la noche, como siempre lo hace, me dijo: ‘Mamá voy a salir en la madrugada, voy por un ganado, ya sabes que en determinado lugar no hay señal, si me llegas a marcar, no te preocupes, en cuanto tenga señal me comunico contigo. El domingo no voy a ir a Chihuahua porque tengo una reunión en la Unión Ganadera, en la semana voy’, yo le dije: ‘Mijo, Dios te Bendiga, que vayas y vengas con la ayuda de Dios’, nunca imaginé que no regresaría”.

La madre de Ignacio dice que a pesar de lo que veía en las noticias sobre la violencia en México, no se percató de la magnitud de lo que sucede, hasta que le sucedió a ella.

Su desaparecido no es de Felipe Calderón Hinojosa, es del Presidente Enrique Peña Nieto. Arcelia le pregunta a su mandatario: “¿Cómo podemos vivir en México?”.

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“Me hablaron que habían encontrado unos restos y que son de ella, pero yo nunca he aceptado, no coincide nada con las fechas de su desaparición, estamos esperando un peritaje”.

Juana Solís Barrio, de 49 años de edad, vio por última vez a su hija Brenda Damaris González Solís el 31 de julio de 2011.

Ese día, Brenda –de 25 años– se dirigía a Santa Catarina en Nuevo León cuando su camioneta fue baleada y abandonada en el camino.

Brenda alcanzó a telefonear a uno de sus hermanos: “Sufrí un accidente”, le dijo y dio su ubicación, mientras la voz de un hombre le decía: “Apaga ese celular, dime cuál es tu nombre”. La llamada se cortó.

“Encontraron la camioneta con cinco impactos de bala, pero no había rastros de sangre, a ella, la bajaron y se la llevaron”, dice Juana Solís.

Brenda trabajaba en un depósito de cerveza y una tienda de abarrotes junto con su madre y servían comida caliente a un grupo de albañiles.

“Ella dejó un niño, le acabábamos de hacer la fiesta de dos años al bebé. Al año y medio de que desapareció, me avisaron que encontraron unos restos y que son de ella, pero nunca lo he aceptado, no coordinan las fechas, estamos esperando un peritaje.

Juana perdió todo lo que tenía para pagar la investigación sobre el paradero de su hija, porque en las agencias del Ministerio Público, nunca hay recursos.

Vendió su camioneta y su casa, ya no tiene su negocio y a veces no tiene ni para comer.

Para poder viajar al Distrito Federal y participar en la caravana con cientos de mamás que buscan a sus hijos, tuvo que cooperar 100 pesos para el mantenimiento de la casa donde se quedarán y 130 pesos para las casetas. El autobús lo consiguió la organización gracias a donativos.

“No llevo para comer, cuando uno no tiene nada, 100 pesos es mucho dinero, habrá quien los tiene y le parece poquito, yo no llevaré para comprar comida y muchas van así como yo. Mis otros hijos me dicen que no vaya, que me espere porque ellos andan buscando trabajo, pero no me puedo quedar aquí”, dice.

Juana participó en las dos marchas anteriores al Distrito Federal y durante el tiempo de búsqueda de su hija, ha visto morir a otras mamás por infartos o derrames cerebrales.

“Ahorita ya estoy con tratamiento porque tenía un dolor de cabeza que no se me quitaba, como varias madres han muerto de derrames y el doctor me dijo que traía inflamado el cerebro por la depresión”, explica.

La mamá de Brenda la recuerda como una hija dulce, siempre preocupada por su bienestar. “No me podía doler un pelo, porque se preocupa. Mi vida sin ella cambió por completo, en mi casa ya no hay festejos, no hay alegría, hago la lucha para aguantarme porque tengo otros hijos, pero hay veces, que no puedo más”.

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“Cuando me enseñaron la foto de mi hija, me sentí como un ratoncito, quería esconderme debajo del escritorio. Yo siempre he sido una mujer fuerte, he visto cuerpos destrozados, pero cuando vi el de mi hija, a pesar de que su rostro estaba desfigurado, la reconocí, era su cuerpo”.

El 10 de mayo del año pasado, Leticia Mora Nieto se manifestó en el Ángel de la Independencia con la fotografía de su hija. Llevaba una camisa y una falda blanca, el pelo recogido y clamaba justicia junto con cientos de madres que viajaron desde diversos estados de la república.

Este año, volverá al Monumento a la Independencia y marchará, pero su clamor ya no será para encontrar a su hija, sino para exigir castigo para los criminales que la asesinaron y le destrozaron el rostro, horas después de su desaparición en 2011.

Georgina Ivonne Ramírez Mora desapareció en Atizapán de Zaragoza, Estado de México, el 30 de mayo de 2011.

Ivonne es la segunda de dos hijas. Tenía 21 años cuando desapareció. La última comunicación que tuvo fue a través de una llamada al celular con su esposo.

“Ya voy en la combi, llego en cinco minutos”, le dijo. Pero nunca regresó.

Era un lunes, su día de descanso. La joven salió por la tarde a comprar algunos víveres para preparar la cena. En su casa en Atizapán, se quedaron esperándola sus dos hijas: una de año y medio y otra de ocho meses.

Leticia Mora buscó a su hija desesperadamente desde el momento que se percató de su desaparición. Viajó a varios estados del país con la “Red de Mamás en Busca de sus Hijas”, pegó carteles con la fotografía y la información de Ivonne, pero todo fue en vano.

Uno de esos estados que Leticia visitó fue Hidalgo, en la ciudad de Pachuca.

“A mediados de mayo del año pasado localicé a mi hija. A ella le quitaron la vida horas después de su desaparición. Ivonne desapareció a las 7:00 de la tarde del 30 de mayo de 2011 y la encontraron en Pachuca el 31 en la madrugada, horas después de ser asesinada”, dice.

Leticia lamenta la negligencia de las autoridades. Ivonne siempre estuvo en una fosa común en Pachuca, mientras ella la buscaba desesperada por todo el país.

“Me llama la fiscal para informarme que le llegó una lista de cuerpos que se encontraban en la Semefo [Servicio Médico Forense] de Pachuca y las cotejó con los cuerpos de las muchachas que estaban buscando y salió mi hija”, recuerda Leticia.

El día que recibió la llamada, Leticia regresaba con otras mamás de la cita mensual que tienen con el Procurador de Justicia del Estado de México, Miguel Ángel Contras. Viajaban en un autobús bromeando e imaginando qué harían si encontraban a sus hijas.

Leticia les decía a las otras mamás que lanzaría cuetes y que haría una fiesta, cuando recibió la llamada: la citaban en Pachuca.

“Yo siempre fui una mujer muy fuerte, vi cuerpos destrozados, muchas cosas tan feas, siempre estuve firme, pero cuando me enseñaron la foto de mi hija, me sentí como un ratoncito y quería esconderme debajo del escritorio. Vi la foto de mi hija y aunque su cara estaba desfigurada y no era muy conocida, por el maltrato que le hicieron los criminales que tratan que nosotras nunca las encontremos, pude reconocer su cuerpo. Era ella”, dice.

A Ivonne se le practicaron las pruebas de ADN y todos los periciales necesarios para reconocerla. Después de que Leticia la encontró, tuvo que luchar para poder sacarla de la fosa común, pues no contaba con los recursos para exhumarla y darle sepultura de nueva cuenta.

“Fue un viacrucis para la sepultura, uno pierde todo, trabajo, vende cosas para continuar con la búsqueda y las autoridades no nos ofrecen un apoyo. Tuve que pelear. Hay un caso de una hija que sigue en la fosa común, porque sus familiares no tienen los 60 mil pesos que le cobran por sacarla. Yo me volví a enfrentar a las autoridades que me decían que no contaban con recursos y al final me la dieron”, narra.

Leticia sepultó el cuerpo de Ivonne, pero no su lucha. Hay un detenido por su asesinato y buscan a otro cómplice. Ahora, la mamá de la muchacha no tiene esperanza de volver a verla viva y sufre el duelo de la pérdida. Aunque es sufrimiento, la mujer tranquilizó sus miedos: Ivonne no está sufriendo, ni padece maltratos.

A Ivonne le sobreviven sus dos hijas, una niña de cinco años y otra de tres.

“La niña más grande me pregunta que si cómo le hace para subir al cielo. Me dice que le compre unas alas para subir y buscar a su mamá. El otro día me dijo que se iba a subir a un árbol muy grande para ir a buscarla. La niña se desespera cuando me dice eso, ella sabe que su mami está en el cielo, pero no entiende porque no baja a verla”, dice Leticia.

Leticia calla, se aguanta las ganas de llorar y suspira.

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